Tintas
En alguna esquina de algún lugar busca con esmero sus páginas perdidas. No había misterio en descubrir al responsable; los primeros astutos vientos otoñales las confundieron con finas ramas y hojas secas. Las baldosas entorpecieron sus pasos precisos guiándolo linealmente hacia el abismo, soslayando explosiones de ruido (de motos salvajes y patines ingenuos).
Sobre aquella mesa, atravesando el vidrio sucio de vapores y pensamientos prohibidos creyó encontrar su verdad. Era allí, donde las uñas repiqueteaban sin cesar un sonido sin ritmo y donde se emitían palabras sin voz, sin gestos, sin tacto. Lo que había sobre la misma no era más que un papel en blanco -¿escucharon hablar de 'servilletas'?-, y fue por su cansancio a cuesta que pensó en apiadarse de ella (y fundamentalmente de él mismo), autoconvencerse de que era ése el momento en el que su destino concluiría, donde tantas horas de caminata pinceladas con gotas grises y sirenas urbanas reclamaran un justo respiro. Pensó una vez más, reconociendo que la tarea había llegado a su fin, 'su tesoro finalmente hallado'. Todo resultaba muy sencillo, una palabra: 'descanso', una acción envidiada: 'cerrar sus ojos sin miedo', sin las piruetas que implicaba cada silencio, cada mirada vacía, esos diez dedos de las manos.
Sus páginas ausentes no eran papel, pero sí el blanco. Inmerso en acuarelas asesinas continuaba su andar perturbado por los patines, las sirenas, baldosas y hojas secas. Sin saber reaccionar ante esas uñas rojo furia, no comprendía su mirar acentuado hacia una misma dirección: su mente, lo índigo y lo claro. Y así, tan repentinamente, el eco cesó y con él su vacilación: miles de movimientos acompañaron la acción, una suerte de impulso generador del más basto conocimiento
"aquel no era sí mismo, esos no eran sus pasos, sus ideas, sus colores". Pero poco le importó. El eco desvaneció. Miles de movimientos lo persiguieron: un inquieto cosquilleo... esas manos como peces jugando entre algas marinas, los objetos tan burdos que pueden escapar de una cartera, y el fuego, y el humo...
Sus páginas incógnitas.
El papel en blanco.
Todo se sentía confuso entre la espesa niebla... (sin duda hubiera preferido menos colores y más certezas); pero allí estaban sus labios esperándolo, entre el humo, el fuego, los objetos, las manos y el cosquilleo. Y hacia allí se dirigió, sabiendo que era
ella lo que tanto buscaba: su libro sin introducción, sin desenlace, pero con infinitas...
(hojas a escribir, expectantes ante el primer trazo)