Adoptemos Una Estrella*

pastillas celestes, no sé qué escribir...

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31.12.10

Último del año






Todo lo que se haga en el día de hoy llevará implícita la marca "última" como un tatuaje, como si se acabara el mundo en unas horas y renaciera mañana.
Aún siendo algo cíclico no nos acostumbramos a la periodicidad anual y festejamos su final. A pesar que disimulemos, nos encontramos haciendo algún que otro análisis y nos ponemos un poquito melancólicos.
Ahí va un acotado resumen de las tres cosas que me hicieron feliz este año y algunas que me hicieron querer desaparecer. Que quede como recordatorio. En tan solo doce meses estaré escribiendo algo similar, porque... aún siendo algo cíclico no nos acostumbramos a la periodicidad anual. He dicho.


Felicidad (+):

1- Haber recorrido parte de Europa; toda la experiencia en sí y la gente adorable que conocí.
2- Los recitales que tanto esperé, hechos realidad: PIXIES, Pavement, Smashing Pumpkins...
3- La noticia de mi sobrino del futuro que estará respirando este aire contaminado en tan solo dos semanas.


Anti-felicidad (-):

1- El estado de salud de mi madre, su depresión y todo lo que conlleva.
2- El otro viaje, el indeseable y para nada recomendable.
3- Los resultados de mis exámenes en el último cuatrimestre.

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29.12.10

Transmisión con interferencia













Es como decir "te amo" sin pronunciarlo. Abrazar algo más que un deseo incumplido.




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18.12.10

Les Amants Réguliers

Una hermosa manera de explorar terrenos inciertos, en un clima de desamor y oscuridad. Y todo esto, en menos de sesenta segundos.

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6.12.10


Solemos hablar con curiosidad sobre la "muerte" tal vez por el miedo de no saber qué hay más allá (o más acá) del cuerpo, de la vida o de nuestra propia historia. Intentamos imaginar el futuro: cómo reaccionaremos en una circunstancia tal, cómo será, ¿se sufrirá?, cuándo pasará. Y nunca falta la frase que resuena hasta con eco en la mente: "mejor no pensar". Mejor. No.


Es vulgar hablar de la muerte. Está mejor visto apoderarse de ella, cantarle a los gritos, simular que no nos preocupa. Situarse frente a un espejo y ensayar una risa fuerte, hacerlo dos, tres veces o las que sean necesarias. Nos encanta el misterio de la incertidumbre; seducimos en la oscuridad y caminamos de la mano entre la tiniebla. Nos besamos en el cementerio y nos perdemos en el bosque una noche de invierno. De más pequeños jugábamos a las escondidas entre las bóvedas abandondas, esqueletos de edificios con flores disecadas. En la piscina resulta fácil fingir que estamos ahogados. Flotar. Entregarnos al vaivén del agua. Respiramos profundamente y aguantamos morados sin contar hasta cien. Sin siquiera contar. Sin.


El decorado de la muerte atrapa, pero es otro el escenario que preocupa verdaderamente: el miedo por la presencia que daña y sus consecuencias. Ése presente tan incierto que no nos permite avanzar, que formula a cada paso un puñado de preguntas sin respuestas. Sentirse obligada a prescindir de voces, palabras, anhelos, sonrisas, costumbres inventadas y compartidas. Parte de la rutina que se rompe en mil pedazos y que es imposible volver a unir; una pérdida para siempre, para la eternidad. Como la muerte, sí, pero peor, porque aún late.

Es la ausencia en vida lo que tanto asusta.


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